Mañana de epifanía
Al día siguiente, a media mañana, salió a la calle. Era un día soleado pero frío de invierno, todo seguía en su sitio, pero todo había cambiado radicalmente. No sabía definir exactamente qué era, era una gran bola de sentimientos nuevos centrifugando agradablemente en su estómago, una especie de primer amor, una especie de lo contrario al miedo, una especie de gran olvido, de vértigo amigo, de levitación. De la misma forma que en algún momento de nuestras vidas, sin comprender exactamente el motivo, nos sentimos incómodos con nuestra desnudez en público, ahora él sentía como si se hubiese producido el efecto contrario, como de una forma subconsciente e incontrolada volviese a los orígenes. Los objetos se le aparecían de una forma mucho más sólida, mucho más relevante, como a los niños que miran las cosas con ojos de descubrimiento. Redescubrió los árboles, sus hojas, el ligero viento en su cara. La existencia había dejado de ser un conjunto de palabras, de etiquetas, para mostrarse tri