Amor

Lejos de las definiciones peliculeras, exóticas y arrebatadas propias de los chavales que se besan con ruido de sorber la sopa, hay una realidad en la palabra amor. Una realidad que no es rosa ni perfecta, que se teje más por lo cotidiano que por las hazañas puntuales.

En TV3 hay un concurso interesantísimo, se llama “Sis a traïció”. Prescindiré de explicar todo el mecanismo, pero el concurso tiene un punto clave: al final, dos concursantes se sitúan con 50.000 euros entre ellos. Cada uno de los finalistas ha de decidir si quiere compartirlos o quedárselos, y guardar en secreto su decisión hasta que la desvelan los dos al mismo tiempo. Si los dos deciden compartir, el premio se comparte. Si uno decide compartir y el otro no, el premio íntegro es para el que ha decidido quedárselo. Y si los dos quieren quedárselo, nadie gana el premio. Este último caso ocurre en un porcentaje de ocasiones asombroso, y creo que en las relaciones de pareja sucede algo parecido: existe un miedo adolescente a hacer el ridículo, a ser el pringado, el timado, una especie de miedo escénico mientras interpretamos el papel que se supone que nos toca según la moda de turno. El resultado: ninguno de los dos quiere arriesgar, invertir el tiempo y el ego necesarios para llegar al otro, habiendo el riesgo de no ser totalmente correspondido y acabar siendo el pringado, el loser. Nadie quiere ser un perdedor, y se hace difícil depositar tu confianza en otra persona como si fueras tú mismo. Como en el concurso, si nadie apuesta, nadie gana. Pero tampoco nadie es el perdedor, y eso es lo que hace atractiva la opción.

Hace tiempo aprendí una lección: has de hacer lo que realmente te apetezca hacer. Si haces un trabajo que te gusta, no has de darle importancia a si tu jefe gana más y trabaja menos y todo ese tipo de cosas…eso da igual, el trabajo es sólo algo entre tú y lo que tú haces. Si el trabajo es vocacional, es sólo una vía para que tú te aportes algo a ti mismo. De la misma forma, en una relación no puedes estar pendiente de tu “sueldo”, de lo que recibes, o de lo que recibe el otro, sino que has de disfrutar de la relación en sí misma. Es curioso que hoy en día tanta gente disfrute cuidando animales y sea tan poco frecuente que alguien disfrute cuidando a otra persona. No por lo que la otra persona le vaya a devolver, sino sólo por el placer de dar. Si no lo haces así, te expones a la frustración, a no se te recompense con tanto como has dado. Pero si disfrutas por ti mismo de la relación, si tú mismo coges de la relación aquello que te llena, esto no ocurre en ningún caso, y cualquier historia será constructiva. Tanto en el caso del trabajo como en el caso de la relación, nadie quiere “que se aprovechen de él”. La realidad es que siempre se van a aprovechar de ti; si no ¿por qué deberían contratarte? Pero se trata de que tú obtengas aquello que necesitas y te compense, da igual cuánto obtengan los demás.

Muchas veces sucede que estamos en pareja como actores-espectadores, como si un actor invitase a otro a su obra y al día siguiente el otro le devolviese el favor invitándole a la suya, cuando en una relación los dos actores están en la misma obra. Y nos sentamos ahí en nuestra butaca, expectantes por ver con qué obra nos devuelve nuestra colega la obra que nosotros interpretamos ayer, cuando en realidad los dos estamos en el mismo escenario.

Cada vez más tenemos la actitud de disfrutar la vida al máximo, de realizarnos, de tener en cuenta que sólo se vive una vez. Cada vez la gente viaja más, hace más puenting y prueba nuevas experiencias. En este contexto, ¿cómo ha podido quedar tan arrinconada la experiencia de comunicarse sinceramente, tal como pensamos para nuestros adentros, con otra persona? Confiar tanto, abrirse tanto, dar tanto, es sin duda arriesgado, pero es un experimento que nadie debería morir sin haber intentado. En el mejor de los casos, la otra persona estará en nuestra onda y tendremos una experiencia personal fantástica, habremos dejado de estar solos con nuestros pensamientos, proyectos y dudas; siempre habrá quien nos apoye incondicionalmente. Y en el peor caso, podremos decir que lo hemos intentado, que fuimos valientes y sinceros pero no funcionó. Siempre se puede sacar alguna lección para el próximo intento, hasta llegar al definitivo. Como en otras situaciones de la vida, lo que nos tenemos que plantear es “¿Estoy haciendo realmente lo que yo quiero?”, “¿Qué haría en esta situación si no hubiera más gente en todo el mundo?” y “¿Qué haría si no tuviese miedo?”.

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