La perfección

Soy un hedonista en el sentido original del término; para mí el placer es una de los pocos ideales que a ciencia cierta merece la pena perseguir.

Y una de mis constantes fuentes de placer es la contemplación de la perfección. Obras de arte, objetos, fórmulas matemáticas o, como el caso de hoy, placeres sencillísimos como la conjunción de la temperatura perfecta con la música exacta al volumen preciso, contemplando un cielo no muy despejado ni tapado, con tránsito constante de nubes.

Esta tarde humildemente perfecta me ha hecho pensar que quizás los grandes eventos, las fiestas, los festivales, las celebraciones barrocas, los excesos... son algo así como burdas granadas de mano: disparan metralla en todas las direcciones con la esperanza de alcanzar el blanco, quizás un blanco distinto para cada persona: el objetivo es el placer. Pero es un método muy poco eficiente, un método pesado, caro, tosco, cargante, impersonal, que hace uso y abuso de la estadística. Teniendo de todo, es fácil conseguir que todos encuentren algo que les satisfaga.

Esta tarde, en cambio, ha sido sutil, afiladamente eficaz. En lugar de usar granadas, he usado las técnicas de un francotirador.

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