La mancha

La tarde era soleada. Cerró los ojos y la luz de la habitación quedó unos instantes tenuemente marcada en sus párpados, por dentro.

La tarde era soleada. Cerró otra vez los ojos, algo intrigado. La luz de la habitación permaneció su retina, como antes. Pero entre las manchas de luz había una luz roja, que no se correspondía con ninguna real.

Con los ojos cerrados, recordó, visualizó cómo era la habitación. Extrañamente, en su visualización también aparecía una mancha roja en la pared. Por mucho que intentara hacerla desaparecer de su imaginación, la mancha permanecía. Siempre que pensaba en el dormitorio, aparecía manchado. La mancha era algo incontrolable, como un hueco del pensamiento, como algo que uno no había puesto ni podía quitar de ahí, algo inalterable. Se podría decir que era un escollo de realidad en la imaginación, algo que permanece se piense como se piense. Al intentar eliminarla del pensamiento, sentía algo parecido a una obsesión; el rojo eclosionaba sin control, acudía a la escena mental sin poder evitarlo.

Decidió dejar de lado el tema, con cierto desasosiego. Pero más tarde no pudo evitar, un poco para intentar quitarse ese absurdo de la cabeza, pedir a su novia que visualizase la habitación con los ojos cerrados. Es un juego – dijo. La cara de extrañeza de la chica le dio la respuesta.

A partir de ahí comenzó todo.

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