La risa, el llanto y otros monstruos

Es como si las palabras se arremolinasen, como si hicieran un círculo de coartadas en el que unas se cubren a otras, cada definición nos lleva a nuevas definiciones. Es como si la realidad se arremolinase, cada día se justifica con el siguiente o, a veces, con el anterior, arrastrados por las grandes palabras, por las grandes coartadas. ¿Qué hay en el centro del remolino?

A veces salimos por un momento de la línea de sucesos, de la cadena de producción, y nos acercamos a ese centro hueco. Esos momentos son una disrupción de la lógica, una ruptura del tejido del lenguaje. Algo consigue burlar, inesperadamente, las redes de la razón y se escabulle directamente a lo que somos en el fondo, a las profundidades en las que no hay protocolos a seguir. Un ataque de risa, un beso o la destrucción de algo en lo que habíamos basado una parte de nosotros mismos; pueden ser ejemplos de esas situaciones atípicas que se nos escapan al control, que rompen para bien o para mal la rutina.

Todos sabemos que necesitamos ese tipo de cosas para seguir vivos, porque bajo una capa superficial de racionalidad tenemos una gran masa de magma visceral que es donde va a parar todo aquello que no puede ser expresado, pero nos acercamos a ella temerosos; tememos lo extremo e irreversible, el animal salvaje no civilizado: la realidad sin sentido.

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