La zanja

La veo desde el autobús, rompiendo impunemente el continuo espacio-tiempo de la ciudad, como una brecha en la lógica, en la civilización, en la historia: es la zanja. Nadie sabe de donde viene ni a donde va. Los obreros la alimentan, le rinden culto con sus palas por un sueldo, crean un templo de vallas y luces a su alrededor. Sus jefes les pagan porque firmaron un contrato millonario. La empresa contratante se debe a los accionistas. Los accionistas se guían por su propio miedo. Y dentro de todas las mentes de todos estos actores, no se sabe en qué momento, en qué segundo exacto apareció la zanja. Solamente que un día un pico comenzó a levantar adoquines, y debajo esperaba, dormida en el subconsciente colectivo, esperando para despertarnos de nuestro sueño de continuidad con su aspecto primitivo y tribal, con su pureza existencial, la indescifrable, la terrorífica zanja.

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