La casa

Cuando las virutas de nubes pasando hacían guiñar el sol, diferencias de luz, teatros de sombras, se iban dibujando en las cortinas. El silencio de la tarde era corpóreo, y sólo lo manchaban pequeños crujidos de muebles. Toda la casa daba la sensación de viajar, de ser un barco que atravesaba el tiempo.

Cuando había luna llena, las cortinas eran levemente fosforescentes, fantasmales, y toda el balcón parecía apuntar a la luna como una proa al puerto.

Una vida oculta, minúscula, una segunda vida, transcurría durante la noche. Movimientos, roces, momentos de vigilia, caricias, demasiado calor o demasiado frío. Esta vida, íntima y subterránea, cobraba más sentido por comparación, a medida que la vida diurna se volvía más árida.

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