Juguetes
Cuando yo era pequeño, muchos juguetes funcionaban a cuerda. Eso, los que se movían; luego había los más inertes, aquellos cuya cuerda era la imaginación del niño. Eran juguetes exigentes, de alguna forma. Te enseñaban a aportar para divertirte, a no ser un simple espectador, un mero admirador de paisajes. Tenías que ser el protagonista y subirte al escenario. No daban algo a cambio de nada.
Ahora muchos juguetes son más activos que el niño en sí. Hablan, caminan, lloran y disparan. El niño apenas tiene que poner de su parte; el juguete está manso, a su servicio. Cuando se le agotan las pilas, las tira y se le ponen otras. Son la generación de juguetes hedonistas; la implicación personal del jugador es prácticamente inexistente.
Y es curioso ver como el tiempo que nos toca vivir se manifiesta como un fenómeno colectivo: cada tiempo se refleja no sólo en sus grandes temas, en su economía, su moda, sus leyes o su política; no hay sólo una cuestión central que irradie a las demás, sino la época salpica un poco a cada cosa, y cada cosa, hasta la más insignificante, está en perfecta concordancia con el resto para acabar conformando la personalidad de su tiempo.
Ahora muchos juguetes son más activos que el niño en sí. Hablan, caminan, lloran y disparan. El niño apenas tiene que poner de su parte; el juguete está manso, a su servicio. Cuando se le agotan las pilas, las tira y se le ponen otras. Son la generación de juguetes hedonistas; la implicación personal del jugador es prácticamente inexistente.
Y es curioso ver como el tiempo que nos toca vivir se manifiesta como un fenómeno colectivo: cada tiempo se refleja no sólo en sus grandes temas, en su economía, su moda, sus leyes o su política; no hay sólo una cuestión central que irradie a las demás, sino la época salpica un poco a cada cosa, y cada cosa, hasta la más insignificante, está en perfecta concordancia con el resto para acabar conformando la personalidad de su tiempo.
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