El Taj Mahal de arena

De los numerosos casos cuya investigación corrió a cargo del inspector Jean-Paul Zinermann, realmente pocos fueron a la vez tan curiosos y tan sencillos de resolver como el llamado caso del Taj Mahal.

En el año 2005 Antoine Salieri, próspero ingeniero de Marsella, descubrió que su mujer Laura, centro de su vida y objeto de su obsesión más allá de una relación amorosa habitual, había mantenido una relación de alta graduación sexual -ese tipo de sexo atípico, tántrico, que llega hasta un plano espiritual- con Amadeo, un joven argentino que contaba con múltiples "conquistas-mecenas" en la provincia, todas víctimas de su extraordinario magnetismo personal, que comenzaba a actuar en los chats que por la época les dio por frecuentar a las aburridas mujeres de los acaudalados prohombres de la ciudad.

Tal como observó Zinermann a lo largo de la investigación, de las entrevistas con Salieri y del posterior juicio, el objetivo vital de Salieri, que ejercía desde su despacho de ingenieros, era construir. La edificación no sólo de estructuras, sino de la vida misma. Pensaba en el mundo como un gran depósito, en el que hay chorros que lo llenan y agujeros que lo vacían. Salieri, hombre hecho a sí mismo, de ascendencia absolutamente humilde, intentaba ser una fuente que aporta, para compensar todos los sumideros que sólo sustraen sin devolver nada a cambio. Para combatir todo el hedonismo, todo el egoísmo y el aislamiento, que como una plaga de langostas sólo engulle y no repara en los daños que causa a su alrededor.

Descubrir el engaño de su esposa hizo que Salieri sintiera que su conexión con su dios personal, con el sentido de justicia que lo había guiado a lo largo de su vida, se perdiera irremediablemente. Fue una dura y absorbente lucha interior la que mantuvo durante meses, una lluvia de preguntas sobre el sentido de la existencia, sobre el como había sido posible que la mujer a la que se había entregado sin fisuras fuese uno de esos vórtices por los que se escapa la vida del mundo, una especie de agujero negro que había cogido todo lo que Salieri le había ofrecido, y a cambio sólo le había estado mostrando la cara que él quería ver, mientras su otra cara buscaba más aún de lo que ya tenía. Sentía que su Laura, su dulce y tierna Laura, era en el fondo una horrible adicta a la totalidad, a la anti-renuncia, a tenerlo todo sin dejar nada de lado. Era un animal aislado en la burbuja de sus instintos.

La psique de Salieri duró un par de años. No podía renunciar a Laura ni entender que realmente no había entendido nada. Comenzó a contactar con los bajos fondos de Marsella, buscando la única salida que era capaz de concebir. Si su vida como constructor de un mundo mejor no tenía sentido, lo buscaría eliminando a aquel que destruye. Razonaba que quienes intentan aportar algo a la sociedad siempre tienen trabas en su contra y una vida de decepciones, mientras que quienes destruyen siempre tienen facilidades. Así pues, la forma más duradera y directa de aportar era destruir al destructor.

Cuatro hombres colombianos pagados por Salieri asaltaron a Amadeo una noche. A punta de pistola le pidieron el password de su Messenger, y se conectaron a internet mediante un móvil. Sacaron una foto de Amadeo con una pistola en la sien y el rostro desencajado por el terror, y la subieron como foto de su perfil, sustituyendo la sugerente foto de Amadeo, pura publicidad de un gigoló.

Después, lo llevaron en coche a una playa apartada. Siguiendo las instrucciones de Salieri, lo agarraron tumbado en la arena y le preguntaron continuamente "¿Te gusta follar?". Respondiera o no respondiera, los asesinos le tiraban puñados de arena en la cara. Durante una media hora, según el forense, Amadeo había intentado expulsar o tragar la arena para poder respirar. Finalmente, había muerto ahogado por un conglomerado de arena y saliva.

Los colombianos enterraron a Amadeo en la propia playa. A la mañana siguiente, un artista había recibido el encargo anónimo de ir a aquella playa y, en un punto concreto, hacer una estatua de arena representando el Taj Mahal, el gran monumento de un hombre al amor perdido, a la inconmensurable pena por el vacío interior al arrancarle el centro de su vida. Un monumento como un dardo lanzado a la eternidad, pero hecho de arena efímera. En el Taj Mahal se podía leer "Laura". Una vez encontrado el cadáver y habiendo obtenido una lista de sus contactos de internet, en la que precisamente sólo figuraban dos Lauras, Zinermann había llegado fácilmente hasta Salieri, quien no negó sus actos en ningún momento.

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